Cuando me hicieron sentir que era algo más que otro desvinculado

Por Carlos Ossa 

El rostro moreno de Samuel[1] se tensiona levemente y su mirada se pierde en la lejanía mientras habla de ese momento tan decisivo que sucedió a mediados del año 2011, cuando luego de tres días de angustiosa huida por trochas y caminos inciertos, logró por fin contactarse con las instituciones del Estado para iniciar su proceso de reincorporación a la vida civil. Contaba entonces con 16 años. 

Al principio no asimilaba el cambio 

Su origen campesino, las pautas aprendidas durante el tiempo en que perteneció al grupo armado y el momento vital en el que se encontraba, hicieron que tardara en adaptarse a las nuevas condiciones de vida en un entorno urbano que le resultaba ajeno, en el que sentía una fuerte presión por el internamiento institucional donde se veía obligado a encajar para ser aceptado en el programa, ya que no tenía en ese momento ninguna otra opción disponible.  

“Estar ahí no es fácil, llorar en los baños, no dormir en las noches. Tres años de una gran incertidumbre, pero no tenía más para donde irme”. 

A pesar de que hoy agradece aquella oportunidad que le permitió darle un viraje completo a su vida, recuerda con nitidez esos primeros momentos de incertidumbre, cuando estaba recién ingresado al programa y la desconfianza todavía se encontraba instalada en su corazón. 

“La sensación de uno sentirse como objeto de estudio- pobrecito el niño de la guerra-. Eso lo sentía con los psicosociales. No tenía bien definida la figura del psicólogo. Cuando me llamaban de esa oficina, me bloqueaba, no podía soltarme con naturalidad”. 

Luego reflexiona en voz alta ubicándose por un instante, desde esa otra perspectiva que solo aporta el inexorable paso del tiempo- “Muchos de esos jóvenes llegan con un vacío, con una desazón, con un descreimiento”-. Más adelante, conmovido tal vez por esa cascada de imágenes que lo conectan con una profunda sensación de orfandad, con una voz nostálgica deja salir una frase que permite entrever ese vacío profundo que le dejó la intempestiva partida de su padre, cuando contaba apenas con 8 años. – “Hasta los 21 años quise tener un papá para contarle las cosas”. 

Cuando volví a creer 

Las intensas experiencias vividas durante su infancia: la muerte violenta de su papá, el desplazamiento forzado de la finca, el abandono del estudio para aportar a la menguada economía familiar y su temprano paso por la guerra, dejaron en Samuel huellas emocionales profundas y una desconfianza que en ese contexto tan difícil muchas veces le permitió sobrevivir; por eso necesitó tiempo para volver a creer en sí mismo y empezar a vislumbrar nuevos horizontes de vida. 

“Volver a confiar era difícil. En el circulo en el que crecí el dicho era: el que fue nunca deja de ser. Empecé a creer en el cambio. Sentí que si era posible otra forma de vivir”. 

El momento en que creyeron en mi 

En la medida que pudo ir dejando atrás lo vivido, empezó a enfocarse en sus metas, comprendió que el estudio le brindaría las herramientas necesarias para desenvolverse en la sociedad y se aplicó con dedicación, aprovechando al máximo las oportunidades que le brindaban. Destacó de tal modo con su esfuerzo, que, al momento de egresar de la Casa de Protección, cuando cumplió los 19 años le propusieron formarse para ser educador y acompañar a los adolescentes que apenas ingresaban al proceso, lo que para él significó la máxima prueba de confianza que podían demostrarle, convirtiéndose en el acontecimiento decisivo que le hizo sentir que había vuelto a encontrar su lugar en el mundo. 

“El momento en que creyeron en mí, que me depositaron confianza, que me hicieron sentir que era algo más que otro de esos cientos de desvinculados. Cuando me dijeron – le queremos dar la oportunidad para que usted acompañe a los muchachos – ahí si como que desperté: ¡Es que si es real!” 

Lo que me mantuvo 

Al preguntarle acerca de aquello que le permitió mantenerse en el proceso de reincorporación a pesar de lo difícil que fue para él adaptarse en un comienzo, exhala un suspiro profundo y dice con voz serena: “A pesar de todo, siempre hubo alguien ahí, iluminando esos vacíos oscuros que me rodeaban. Quizás eso me mantuvo vivo”.  Luego continúa, destacando la presencia constante de su madre desde el momento en que inicio el proceso: “Mi madre, su incondicionalidad. Ella me aporta, pero quizás no sabe cuánto. Siempre está ahí, con su humildad, con su nobleza, con esos consejos sencillos y profundos que me ayudan tanto.”  

Finalmente se refiere también a esas otras personas que fueron surgiendo en el camino, que le sirvieron de anclaje para luchar por sus metas , con algunas de las cuales ha logrado tejer vínculos de amistad firmes y duraderos, ya que como la mayoría de los jóvenes que egresan del programa, tuvo que crear sus propias redes de apoyo para poder quedarse en la ciudad, puesto que por la vigencia del conflicto en su territorio de origen no puede regresar a él y su familia no cuenta con las condiciones económica para trasladarse. 

“Otras personas, como la profe Ana como que estaban al nivel de uno, no cortaban de una, no se quedaban en la tarea no hecha, sino que lo veían a uno, lo escuchaban y lo ponían a reflexionar” 

“Hubo una reintegradora que hizo la diferencia, me invitaba a un cafecito. Una vez me llevó a un asado. No se sentía como una persona de escritorio” 

Hace 6 años que Samuel egresó de la Casa de Protección Especializada y hace un año que finalizó el acompañamiento con la Agencia para la Reincorporación y la Normalización (ARN), desde entonces logró ubicarse en una casa de familia en donde aporta una cuota mensual, allí se ha sentido acogido como un integrante más, aunque ignoran su pasado ya que es consciente de la difícil situación que vive el país y de las barreras sociales que existen frente a las personas reincorporadas, por lo que suele ser muy reservado y cuidadoso con esa parte de su historia. Actualmente tiene 26 años, ha realizado varias formaciones técnicas, se desempeña como educador en una entidad de apoyo a menores en situación de alto riesgo social, tiene la meta de realizar una formación universitaria en el área de la pedagogía y es una persona proactiva siempre dispuesta a compartir su experiencia de vida para contribuir a la sensibilización social frente a la problemática del reclutamiento infantil en Colombia.  

 
 
 

[1] El nombre ha sido cambiado con el fin de proteger la verdadera identidad de la persona sobre la que gira este texto. 

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